viernes, 23 de marzo de 2012

Poema FLOR de: Juan Antonio Pérez Bonalde



FLOR
I
Flor se llamaba, flor era ella, flor de los valles en una palma, flor de los cielos en una estrella, flor de mi vida, flor de mi alma. Era más suave que blanda arena, era más pura que albor de luna, y más amante que una paloma, y más querida que la fortuna. Eran sus ojos luz de mi idea, su frente lecho de mis amores, sus besos eran dulzura hiblea, y sus abrazos collar de flores. Era al dormirse tarde serena, al despertarse rayo del alba, cuando lloraba limbo de pena, cuando reía cielo que salva. La de los héroes ansiada palma, de los que sufren el bien no visto, la gloria misma que sueña el alma de los que esperan en Jesucristo; Era a mis ojos condena odiosa si comparada con la alegría, de ser el vaso de aquella rosa, de ser el padre de la hija mía. Cuando en la tarde tornaba al nido de mis amores, cansado y triste, con el inquieto cerebro herido por esta duda de cuanto existe; Su madre tierna me recibía con ella en brazos –yo la besaba… y entonces … todo lo comprendía y al Dios sentido todo lo fiaba!...¿Qué el mal existe? --- ¡Delirio craso!¿Qué hay hechos ruines? --- ¡Error profundo! ¿No estaba en ella mirando acaso la ley suprema que rige al mundo? ¡Ah! cómo ciega la dicha al hombre, cómo se olvida que es rey el duelo, que hay desventuras sin fin ni nombre que hacen los puños alzar al cielo. ¡Señor! ¿existes? ¿Es cierto que eres consuelo y premio de los que gimen, que en tu justicia tan sólo hieres al seno impuro y al torvo crimen? Responde, entonces: ¿por qué la heriste?¿cuál fue la mancha de su inocencia, cuál fue la culpa de su alma triste? ¡Señor, respóndeme en la conciencia! Alta la lleva siempre y abierta, que en ella nada negro se esconde; la mano firme llevo a su puerta, inquiero… y nada, nada responde. Sólo del alma sale un gemido de angustia y rabia, y el pecho, en tanto por mano oculta de muerte herido se baña en sangre, se ahoga en llanto. Y en torno sigue la impía calma de este misterio que llaman vida, y en tierra yace la flor de mi alma, y al lado suyo mi fe vencida.
II

¡Allí está! Blanca, blanca como la nieve virgen que el potente viento del Norte de la cumbre arranca; como el lirio que troncha mano impía orillas de la fuente que en reflejar su albura se engreía. ¡Allí está! … La suave primavera pasó; pasó el verano y la estación poética en que el ave y las hojas se van; retornó el cano, pálido invierno con su alegre arreo de fiesta y de niños, y aún la veo y la veré por siempre…¡Allí está!... fría entre rosas tendida, como ella blancas y puras y en botón cortadas al despertar el día. ¡Ay! En la hora aquella, ¿dónde estaban las hadas protectoras del niño?, que no vinieron con la clara estrella de su vara de armiño a tocar en la frente a la hija mía, a devolver la luz a aquellos ojos, y a arrancar de mi pecho los abrojos de esta inmensa agonía, de este dolor eterno, de esta angustia infinita, fatal, inmensurable, de este mal implacable que deja el alma mustia para siempre jamás – que nada alcanza a mitigar en este mundo incierto. ¡Nada! Ni la esperanza ni la fe del creyente en la ribera nueva, en el divino puerto donde la barca que las almas lleva habrá de anclar un día; ni el bálsamo clemente de la grave, inmortal filosofía; ni tú misma divina Poesía que esta arpa de las lágrimas me entregas para entonar el salmo de mi duelo…Tú misma, no, no llegas A calmar mi dolor…¡Ábrase el cielo!¡desgájese la gloria en rayos de oro sobre mi frente … y desdeñosa, altivade su mal sin consuelo al celestial tesoro el alma mía cerrará su puerta: que ni aquí, ni allá arriba en la región abierta de la infinita bóveda estrellada, nada hay más grande, nada! Más grande que el amor de mi hija viva, Más grande que el dolor de mi hija muerta!

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